He leído en este blog:
http://conductaprendida.blogspot.com/
un artículo sobre psicoanálisis en el que se cita un texto de una paciente del mismo sobre su experiencia "en el diván" y me ha apetecido contar la mía. Queda un capítulo de lo que venía escribiendo pero me ha apetecido poner esto antes.
Preliminares.
Yo era ateo desde los diecisiete o dieciocho años y partidario de la ciencia, pero tampoco sabía mucho de filosofía de la ciencia, método científico, etc. y cuando leí a Carlos Castaneda, sus libros me atraparon, al igual que alguno que leí sobre el budismo Zen, alguna terapia (el grito primal, análisis transaccional), incluso algún tiempo breve la astrología. Creía fundamentalmente lo que les veía en común, la idea de que existe un despertar, un satori, que llega cuando somos capaces de desprendernos de nuestra "importancia personal" y entonces nos convertimos en maestros, en sabios, en hombres de conocimiento. Pero me sabía a cuerno quemado que mezclasen magia, dioses, reencarnación y cosas así, sobrenaturales, que me parecían supercherías.
El comienzo.
Así que sobre los 27 años, pasando una depre, se me presentó la oportunidad de psicoanalizarme y me lancé de cabeza. Estaba seguro de hallarme en el buen camino y consideraba a mi psicoanalista un sabio (sujeto supuesto saber, como dicen ellos) que me conduciría a la sabiduría. Así que (salvando alguna excepción que comentaré) le hice caso en todo como el mejor paciente se toma cada pastilla que le recetan sin cuestionarme lo acertado del tratamiento.
En las entrevistas preliminares, en las que él decía no saber que quería yo del psicoanálisis, me preguntó al fin que aficiones tenía. Le respondí que la fotografía y la escritura, y lo vio claro: yo era escritor y mi terapia se desarrollaría escribiendo.
La interminable travesía.
Es difícil resumir doce-trece años de terapia con tres-cuatro sesiones por semana, así que dejo de lado muchos aspectos y me centro en lo esencial, poniendo alguna anécdota significativa.
Me gustaba escribir pero era un escritor muy malo (y muy ingenuo y poco ilustrado para tener algo que decir, dicho sea de paso). Durante un par de años escribí poesías horribles, que el rechazaba sistemáticamente, aunque de cuando en cuando salvaba un versito, lo celebraba efusivamente, me lo leía cien veces, y me decía que ahí había dejado hablar al escritor que había en mí. Al final, escribí algunos -y no me cabe la menor duda de que escribí lo que sabía que él quería leer- que le gustaron, y prosiguió su empeño en convencerme de que yo era escritor.
Harto de poesías me pasé a los cuentos. El me proponía temas, la infancia, los padres, la muerte, Dios, y muchos otros relacionados con la teoría psicoanalítica. También, desde el principio, me pasaba libros: psicoanálisis, filosofía, poesía y novelas. Fui escribiendo cuentos más o menos autobiográficos que el iba corrigiendo hasta que le gustaban. En mi opinión actual hasta que cuadraban con la teoría psicoanalítica, por que claro, ellos no toman decisiones por ti ni dirigen tu vida, pero carraspean, tosen, hacen ruidos cuando no les gusta lo que dices y recalcan y celebran lo que sí.
Algunos de estos cuentos llegaron a ser un infierno, con uno me pasé un año entero. Trataba de uno tipo joven que se enfrenta a uno mayor muy hijo puta y el quería que terminase con reconciliación, porque se trataba de reconciliarse con el padre y tal. Al final, el debía estar hasta los huevos también, y me dijo cómo tenía que terminar el cuento. Que quedó supersoso, por cierto.
Lo que más me descolocaba era que me pedía que escribiese sobre Dios. Yo me decía, pero bueno, si Dios no existe, qué coño voy a escribir. También sobre los porros. El quería que escribiese algo místico, sobre ponerse ciego como una experiencia espiritual o algo así ¡Oh! ¡El Hachis!, y bueno, tampoco me cuadraba. Hombre, sí, me llegaba la onda new age, evidentemente, pero fumarse un porro es fumarse un porro, no hay para flipar tanto. Otra propuesta fue que escribiera un cuento en el que un niño ve follar a sus padres a través de la cerradura de la puerta, según él ahí estaba concentrado todo lo humano y lo divino, no me pidan que se lo explique, porque es de locos. Y al final insistió en que escribiera sobre el tamaño de las personas, grandes y pequeñas. Me sonaba fatal, elitista y absurdo y tampoco escribí nada, de este ni siquiera lo intente. Dios, los porros, la "escena primaria" y esto último fueron mis cuatro desobediencias aunque nunca protesté, simplemente me confundía que me los pidiera, no se me ocurría nada. Y bueno, al final escribí uno sobre el sentido de la vida y lo dio por bueno.
Todos estos cuentos se suponía que iban a ser un libro y también me propuso que escribiera una trama para unirlos. Fue un infierno terrible y al final el mismo me dijo que aquello no llegaba a nada y que lo dejara. Creo que en algún momento más que desarrollar mi imaginación me la ofuscaba. Mi estado de ánimo dependía de si escribía o no escribía, de si a él le gustaban o no mis escritos.
Algunos libros de los que me pasaba los leía con gusto pero otros no. Detestaba los libros con ese lenguaje abstruso e incomprensible que parece que te van a decir algo y no te dicen nada o están llenos de jerigonzas que se supone uno debe desenmarañar. Por un lado estaba seguro de que era yo el que no era capaz de entenderlos porque no había "despertado" todavía, pero por otra parte los odiaba. Además veía que en las revistas de psicoanálisis había muchos que
escribían fatal, Lacan es un peñazo total pero tiene su carisma, estos otros no se como no se mueren de vergüenza por escribir semejante bazofia. Me pasó algún texto de Heidegger y ya fue la repanocha. Le dije que no entendía nada y me respondió que eso no importa (típica salida de psicoanalista), que si no me había impresionado, si no notaba al leerle la fuerza de sus textos. Supongo que mi cara de estupefacción era suficiente respuesta. Ahora me doy cuenta de que él se dio cuenta con el paso de los años de que yo no iba a comulgar con algunas de sus ideas, también rechacé su invitación a unirme a grupos de escritura y cosas relacionadas con el psicoanálisis, y me despreció por ello.
El fin.
El último año leí a Bruno Bettelheim, "psicoanálisis de los cuentos de hadas" y otros libros suyos, (que me parece de lo más salvable aunque es una pena que fuera psicoanalista) y basándome en él escribí una colección completa de cuentos para niños con bastante fluidez y pasándomelo bien, los corregí cien veces, mi psicoanalista me dijo que eran buenísimos, los leyeron algunos niños, les gustaron, y todo genial. Supongo que me convencí de que era escritor.
Hasta que un día le dije a una persona cercana que se encontraba mal que si quería le pasaba el teléfono de mi psicoanalista. Se lo conté a él y me anunció que eso marcaba el final de mi análisis. Recomendarlo era la prueba de que me creía el psicoanálisis, y eso significaba que había hecho su efecto en mí y podía irme, se había terminado. (Sic. Qué conveniente, se acaba cuando te lo crees).
Me pilló por sorpresa, si me hubiera dicho que me quedaban cinco años le hubiera creído igual. Me alegré mucho de dejar de ir a las sesiones que era un coñazo -siempre me tensaba un montón antes de ir-, y me quedé un poco alelado.
Y después...
Seguí escribiendo cuentos, malísimos, intente publicar los cuentos para niños -era difícil, tanto texto sin ilustraciones y tal- y en seguida me desanimé. Había llegado a pensar que en cuanto un editor los leyese se entusiasmaría con ellos inmediatamente. Y poco a poco llegaron las dudas. Muy lentamente porque las sentía como un sacrilegio. Claro el autoengaño era muy confortable para mí, había invertido mucho en él, ¡era escritor!, antes o después mi escritura, guiada por la sabía mano de tantos años de análisis, se impondría, alguien me descubriría y llegaría a ser... en fin, imagínense. Cosa que por otro lado no me importaba porque, lógicamente, yo estaba libre de apegos egóicos.
Pero me aburría un montón ante la página en blanco, o el word en blanco, porque entonces ya me había informatizado. Y entonces descubrí los foros.
Siempre había sido un poco tímido y sin demasiada labia, pero en los foros se escribe y yo podía sacar al escritor que llevaba dentro en mis mensajes. Quise encandilar y psicoanalizar a todo el mundo. Algunos me vitoreaban, otros no, por supuesto muchos escribían mejor que yo, y alguno me debatió con argumentos serios y razonables que yo me saltaba a la torera "interpretándolos" pero que a veces me dejaban el aguijón clavado. Fue una época muy loca.
Un día tuve una crisis paranoica (o algo así, no soy entendido en estas cosas) muy dolorosa pero muy graciosa que relato sólo hasta donde no me puede la vergüenza.
Euforia: Estaba viendo la tele y me convencí de que el presentador había leído mis intervenciones en el foro y de que se dirigía a mí hablando de manera que sólo yo pudiera entenderle. Me decía que ya estaba, que había pasado todas las pruebas y ya pertenecía al club de los que "saben", que podía integrarme como quisiera, por ejemplo guionista de su programa, destinado a abrir las conciencias de la gente. Todos los colaboradores de su programa eran maestros iluminados y se dirigían a mi también, cada uno según su forma de ser, etc.
Y desastre: De vez en cuando, el presentador hacía como si tocara el piano y yo lo entendí como que me comunicase con él a través del foro. Iba y venía al ordenador, (al día siguiente hubo quién se preocupó por mi salud mental viendo los disparates que había escrito) creyendo que realmente conversábamos y empecé hundirme. En realidad se trataba de un grupo maligno que atrapaban a la gente y la derrotaba mentalmente hasta conducirla al suicidio. Pensé que realmente me iba a morir, ya mismo, si no me suicidaba me daría un infarto o algo parecido. Incluso llamé pidiendo ayuda. No me contestaron y me calmé un poco, pero durante unos días lo pasé fatal. Qué fuerte es la paranoia.
Conclusión.
Y en fin, pasó el tiempo. Cada día me acordaba de cosas que le había dicho a mi psicoanalista, recordaba sus respuestas, no me convencían, buscaba textos en internet de otros autores de psicoanálisis, como segundas opiniones, me cabreaba cada vez más con la filosofía idealista y los textos abstrusos. Entonces llegó a mis manos un libro de Ferlosio que me gustó mucho y me dio que pensar, de pasada decía que la mayor parte de Freud eran fantasmagorías.
Cada vez dudaba más de que realmente yo fuera escritor (mi psicoanalista llego a decirme que o era escritor o no sería nada), tuve algún debate con una amiga de los foros que sabía de psicología evolucionista que me dejó muy pensativo, otros debates en foros con gente racional en los que yo ya estaba más abierto. Y finalmente lo vi claro (un forista me machacó totalmente). El psicoanálisis es una pseudociencia. Siete años después de terminarlo.
Primero fue como quedarme sin suelo debajo de los pies. Ahí noté lo importante que es tener ideas acerca del mundo. Son absolutamente necesarias. Y todo lo que había creído se desmoronó de golpe, no tenía opiniones acerca de nada, o al menos esa era mi sensación. Me puse a leer ciencia con avidez para rellenar el hueco, libros e internet. Llevo dos años y mi avidez no ha decaído, creo que va en aumento, he aprendido y comprendido más cosas que en toda mi vida, al menos los 20 años enredado con el psicoanálisis. Me siento feliz y dichoso de haber llegado hasta aquí, y me duelen, no puedo decir que no, esos 20 años, al menos esos trece de diván, metido en la farsa.
Por otro lado fue un alivio reconocerme como no-escritor y hasta disfrutar escribiendo, como en este blog, que viene a ser esto en gran medida, contar a quién quiera leerlo las cosas que me más me sorprenden y fascinan de lo que voy descubriendo con mis lecturas.
Bueno, esto ha salido un poco largo. Si alguien ha llegado hasta aquí espero que le haya servido de algo, y le agradezco la paciencia.
Y si alguien quiere preguntar alguna cosa intentaré responder.